divendres, 12 de setembre del 2008

TIERRA Y SENTIMIENTO


Hace poco más de tres semanas que he vuelto de Marruecos, mi segundo hogar, el país que amo sincera y profundamente.

Muchas personas piensan que son los lazos familiares los que me llevan a apreciarlo tanto pero la verdad es que no es así.O mejor dicho, esta podría ser una de las razones, pero desde luego, no la principal.

La primera vez que visité el territorio magrebí , hace ya 17 años, me conmovió, me enamoró, me sedujo hasta el punto de no poder dejar de acudir a mi cita regularmente.

En Marruecos me siento en casa, en espacio conocido, cercano en muchos aspectos.


Cuando conduzco deTánger a Larache prefiero la carretera a la autopista para poder empaparme de esa fusión de colores: sus tierras rojizas y fértiles y ese mar Atlántico de playas semidesiertas que tanto me complace visitar.

Bajando por la costa hacia el sur, el olor a mar se va haciendo más profundo y penetrable.
En pocas partes del mundo encuentras la paz y el sosiego que te ofrecen estas playas.
Y al llegar a Casablanca, la majestuosa mezquita de Hassan II te da la bienvenida desde la misma playa.Es un espectáculo incomparable.

Essaouira no te deja indiferente, con sus tiendas artesanales y el bullicio del puerto al atardecer, o Xauen, pueblecito azul entre montañas...

Y como no, mi favorita... Marrakech, sencillamente maravillosa.
Ciudad hoy en día número uno en la mezcla de dos culturas ya que miles y miles de europeos han descubierto el encanto que ofrece esta joya de color ocre.
Conviven en armonía clasicismo y modernidad, oriente y occidente...sin recelo, sin desconfianza, con auténtico respeto.
Tomar un té a la menta bajo las palmeras de Marrakech es la mejor terapia contra el stres que llevábamos en nuestra maleta al bajar y que deberíamos abandonar allí.

Hace años que no bajo al sur, pero recuerdo con cariño mis aventuras por el desierto y las dunas de Merzouga con una nítida policromía de colores.
La relación con sus gentes es también otro detalle que me vincula al país.
Reconozco que el hecho de hablar bien francés y defenderme en árabe me ayuda a integrarme fácilmente entre los autóctonos pero es que su hospitalidad y alegría invitan a aprender su lengua y a entender mucho más su cultura, su filosofía de la vida...tan distinta a la nuestra.
Diversos rincones del planeta me hacen vibrar al visitarlos, pero los países del Magreb desencadenan una sensibilidad especial.

Conocer es entender, entender y aceptar la diferencia, lo que te lleva a un respeto primero y a un amor después por aquello que en un principio nos parece tan lejano.

Como siempre, me siento ciudadana del mundo.

¡Feliz comienzo de curso para todos!.